Se sabe que la novela policial negra -o thriller- tiene sus propios códigos, sus propias reglas. En mi opinión, las estrategias narrativas están desde el inicio limitadas al tener un tema bien delimitado (que no se puede eludir) y un público amplio. Esta novela del autor argentino Orsi - que es más conocido en España que aquí- respeta los códigos del género: un investigador improvisado que recibe los ataques y los besos que todo protagonista de novela negra tiene que recibir, una historia desarrollada en uno de los escenarios posibles de este tipo de novelas: un pueblo perdido en la llanura pampeana, una oscura organización amenazante, los aliados de turno (en este caso, le otorgan mucho colorido a la historia) y el misterio por resolver. A los lectores del género supongo que la novela les conformará. En lo personal, le veo algunas fallas importantes. Primero y principal: el narrador. Se trata de una primera persona (que por momentos logra conmover con comentarios sobre el paso del tiempo o la amistad) un poco inverosímil discursivamente hablando porque tiene expresiones muy cultas y, a la par, modismos del léxico argentino que están puestos forzadamente (de hecho, antes de mediar la novela se van apagando hasta desaparecer) y que en la edición española requieren de un glosario. Asimismo, la mayoría de los parlamentos de los diálogos resultan elevados y poco creíbles en cuanto contenido y forma (un pecado que es tremendamente usual en la narrativa). Si bien la novela está salpicada de pequeñas inverosimilitudes, lo peor de todo está en la tercera parte, donde el eje de la trama cambia rotundamente (hasta ahí venía prolijo, dinámico y ajustado al tipo de texto) y nos encontramos con un desenlace descabellado, más cerca de la ciencia-ficción que del propio género.
También se le podrían hacer correcciones a nivel trama, pero sería ponerse demasiado exigente en relación a lo que debe ser una novela negra: un entretenimiento ameno, sencillo y de amplio espectro. Y en este sentido, creo que la novela cumple.La otra crítica, acá.
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Desde Rosario,
Lilian